El bebé empezó a llorar al tiempo que estiraba los brazos hacia mi madre. Hacia la que también era su madre. Sin embargo ella se apresuró a apartarse y a abrazar a su segundo hijo con más fuerza que antes.
- No pienso amamantarlo. No lo tocaré. Apártalo de mi vista.
La curandera le llevó el niño a mi padre.
- ¿Y qué decís vos, majestad? ¿Lo reconoceréis?
Jamás, ese niño no es hijo mío.
La curandera exhaló un profundo suspiro y mostró al niño a todos los reunidos en la sala. Lo sujetaba sin miramiento alguno, sin rasgos de amor o compasión.
- Entonces se llamará Aquerón, como el río de la aflicción. Al igual que el curso del río del Inframundo, su viaje será oscuro, largo y perecedero. Tendrá el don de dar la vida y de quitarla. Caminará sólo y abandonado… siempre buscando benevolencia pero encontrando únicamente crueldad.- La curandera bajó la mirada hacia el niño que tenía en las manos y murmuró la verdad que le perseguiría durante el resto de su existencia-: Que los dioses se apiaden de ti, pequeñín. Porque nadie más lo hará.
Extraído de: Aquerón de Sherrilyn Kenyon

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